viernes, 5 de febrero de 2010

Alimentos absurdos


Seguro que ha visto el anuncio del colesterol. Un hombre apesadumbrado narra que él toma sus ensaladas, y hace algo de deporte, pero claro, comete excesos a veces –interviene su esposa, con cara de preocupación– y (pausa dramática seguida de música fúnebre) su colesterol sigue subiendo. Ante este callejón sin salida, cualquiera buscaría el frasco de veneno o el puñal para suicidarse. No hace falta. Aparece en ese momento como por arte de magia un frasquito de Tranacol® o algo parecido, y el problema queda resuelto instantáneamente: no hay más que tomar una jícara del producto milagroso al día, durante todos los días de tu vida, para mantener a raya el mortífero colesterol.

Ante este pasmoso alarde de charlatanería, el consumidor tiene poca defensa. Desde hace décadas, la ciencia médica –cuyo desprecio de la alimentación sana como base principal de la salud es absoluto– ha atornillado en nuestro cerebro la idea de que el colesterol es malo, hasta el punto de que la gente dice con tristeza “tengo colesterol” con el mismo tono con que diría “estoy envenenado”. También tenemos azúcar, triglicéridos, velocidad de la sangre, las transaminasas por las nubes, estamos demasiado gordos y el electro todavía normal pero acercándose a niveles peligrosos: hay que vigilar el colesterol.

La imaginativa industria de la alimentación ha respondido a estas nuevas amenazas más o menos ficticias para la salud con verdadero entusiasmo. Por un lado, no venden cantidades ingentes de comida de baja calidad a precios solo aparentemente baratos, pues la relación calidad precio es pésima. Esta comida nos enferma, como es lógico. Por otro lado, nos venden el contraveneno en pulcras botellitas de plástico y cajas de cartón: Tu dosis diaria de fruta en un pequeño envase de plástico que contiene las vitaminas que se supone que contiene una manzana, pero que no es una manzana, y cuesta cinco veces más que una manzana. Tu dosis diaria de fibra. Tu dosis diaria de trifidus (activus), para ir a donde ya sabes.

Estamos gordos no porque seamos viciosos, sino porque ingerimos enormes cantidades de alimentos con la esperanza de encontrar en alguna parte alguna partícula de verdadera comida. Llámese Slow Food o Sentido Común, cada vez más gente está harta del continuo insulto a la inteligencia a que nos somete parte de la industria alimentaria. Menos mal que hay algunas buenas noticias. El panfleto de Michael Pollan “En defensa de la comida”, traducido aquí como “el detective en el supermercado” ha vendido 400.000 ejemplares. Y los alimentos ecológicos, con o sin etiqueta oficial, empiezan a ser tomados en serio, lo que no es de extrañar, pues son nuestros vitales conectores con la comida de verdad.

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