jueves, 10 de abril de 2008

La verdad sobre el transporte aéreo


En un artículo recientemente aparecido en su Atlas Medioambiental, Le Monde Diplomatique en español frunce el ceño y nos acusa de “recurrir al avión como si fuera un autobús”. El artículo se titula precisamente “Para liberarse del automóvil y del avión”.

Esta actitud es bastante corriente entre los defensores del planeta. El automóvil y el avión de pasajeros son las dos bestias negras del transporte. Sin embargo, hay muchas razones por las que el avión debería salir de esta nefasta clasificación.

El avión es una modalidad del transporte público, y como tal merece las alabanzas reservadas al autobús, el tren o el metro. Podemos atacar todo lo que queramos la conducta del tiburón de las finanzas que viaja en un jet privado, pero deberíamos respetar a la gente que hace turismo o viaja para ver a su familia en algún lejano país, y no puede hacerlo de otra forma que tomando el avión.

La velocidad media de un automóvil en la ciudad es de 13 ó 14 km/h. La del avión surcando los cielos es de 900 km/h, unas 70 veces superior. Por esta razón, comparar las cifras de consumo de combustible por pasajero y kilómetro de un avión de pasajeros y de diferentes vehículos terrestres es absurdo. Además, estas cifras (salvo en el caso de trayectos aéreos muy cortos en aviones pequeños) no son muy desfavorables: un avión tan grande como el Airbus 380, lleno al completo, gasta sólo unos 3 litros por pasajero cada 100 km.

El automóvil en la ciudad sirve para hacer trayectos cortos: de unos 25 km. como media. El avión de pasajeros de cercanías vuela unos 1.500 km. y los de largo recorrido hasta 18.000. El avión convierte el mundo en un pañuelo, tanto para lo bueno como para lo malo, mientras que el automóvil en la gran ciudad se limita a transportar a paso de caracol, a la mitad de sus habitantes produciendo por el camino el 80% del ruido y de la contaminación atmosférica que sufre todo el mundo en la ciudad.

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