Las tecnologías ahorradoras, eficientes, o “verdes” tienen la reducción de las emisiones de CO2 como bandera, pero pueden llegar a esconder un lado oscuro para el medio ambiente. Un artículo publicado por en el blog Ecolab, habla profundamente sobre el impacto de los materiales usados en las nuevas tecnologías al margen de las emisiones de GEI. Las baterías del coche eléctrico, las placas fotovoltaicas de última generación o las pantallas LED demandan nuevos materiales en cantidades ingentes: minerales de extracción complicada, metales escasos o de difícil refinado y sustancias altamente contaminantes. Además, muchas de ellas están controladas por unos pocos países en vías de desarrollo con legislación ambiental laxa.
Por ejemplo, en el libro Quel futur pour les métaux? Un equipo francés de ingenieros determinan que para una batería de coche eléctrico se necesitan unos 20 kilos de carbonato de litio y unos 3 kilos de cobalto. La mitad de la producción de cobalto proviene de la República Democrática del Congo, y la mayor parte del litio de los saladares bolivianos. Además, la suma de las necesidades de estos materiales hacen inviable la utilización de esta tecnología para la expansión a gran escala del coche eléctrico. Muchas veces la economía funciona de este modo, con un salto al vacío confiando en que el mercado abarate los precios de lo escaso: tapando un agujero creando uno nuevo.
Nadie sabe cómo evolucionará la demanda y la oferta de estos nuevos materiales, pero la tendencia es clara. Mientras los países que controlan la producción mantengan una legislación ambiental tímida, los precios podrán mantenerse bajos aunque la demanda suba. Querrán aprovechar el tirón. En el momento en que la legislación cambie, o que países con leyes más duras comiencen la explotación de sus propios recursos, el precio podrá hacer que esta tecnología sea económicamente inviable. Una vez más, los países ricos se harán más ricos, y los pobres más pobres… y seguiremos contaminando.
La solución definitiva no existe todavía, pero aún cabe algo de esperanza. Sin ser la panacea en todos los casos, el reciclaje de estos materiales es una buena opción. Por ejemplo, en países como España la principal fuente de plomo para la fabricación de baterías convencionales son… las propias baterías desechadas. Igual que las latas de aluminio. Un buen sistema de gestión y reciclaje abarata costes a todos los niveles y reduce drásticamente el impacto. Y no hay que olvidar nunca nuestro papel como consumidores. Un comprador bien informado, responsable y consciente de las implicaciones de fomentar un estilo de vida responsable puede mover el sistema a un punto más sostenible.
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