martes, 24 de junio de 2008

Una pesadilla de aire acondicionado


Llega el verano, la estación polar en las grandes ciudades españolas. La temperatura exterior sube por encima de los treinta grados, pero muchos sevillanos, madrileños o barceloneses están tan frescos, a 18 grados o menos, en sus lugares de trabajo o domicilios particulares.

Inventado en origen para la refrigeración de cines en Estados Unidos, el aire acondicionado (abreviadamente “el aire” en español moderno) ha pasado en nuestro país de ser una curiosidad existente en algunas embajadas de postín a ser un artículo de primera necesidad. Ya hace algunos años que los picos de consumo eléctrico no se dan en invierno, sino en plena canícula.

El problema del aire acondicionado es que es un gran sumidero de energía eléctrica. En realidad, consiste simplemente en convertir toda la casa o toda la oficina u hotel en un enorme frigorífico, pues su principio de funcionamiento es idéntico. En paralelo, la arquitectura ha tirado por la borda todos los principios del aislamiento térmico, que ya sólo podemos experimentar con el fresco que sentimos cuando entramos en el portal de un edificio antiguo en un día abrasador.

Tampoco se sabe gran cosa de las técnicas de refrigeración pasiva (la más sencilla consiste en abrir las ventanas y persianas muy temprano y cerrarlas después el resto del día). Se suele ignorar que unas pocas plantas en el salón o un simple recipiente lleno de agua reduce la temperatura varios grados. Esperemos que el encarecimiento de la electricidad revitalice estas prácticas.

Pero lo peor es el ruido. Puede ser el aire acondionado del vecino, un cajón que sobresale por una ventana del patio, o el enorme sistema centralizado de un hotel o edificio de apartamentos próximo, que ocupa buena parte del tejado. En todos los casos, escucharemos durante todo el día la trepidación de un compresor… o de varios. Desde mediados de junio a mediados de septiembre, se acabó el descanso acústico nocturno en las ciudades.

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