jueves, 5 de junio de 2008
Racionamiento, ¿sí o no?
“Si el límite de nuestras tarjetas de crédito consiste en refrenar mayores alegrías a la hora del dispendio, ¿por qué no aplicar la misma idea al consumo energético?”
Así empieza un artículo de El País (27 de mayo de 2008) que recoge una propuesta para poner un límite anual a la huella de carbono de los ciudadanos ingleses. La idea consiste en hacer que los ciudadanos controlen mejor sus gastos en combustible o los recibos de la luz, teniendo un margen de gasto justo. Con esto se pretende conseguir que aquellos ciudadanos que ahorren y acaben con un saldo positivo, vendan a los derrochadores con saldo negativo lo que les ha sobrado, obligando a éstos a pagar por su descuido.
Se nos bombardea por activa y por pasiva con campañas de ahorro de agua y electricidad, pero no hacemos caso a menos que nos toque el bolsillo. “La pela es la pela”, y parece que no seamos capaces de entender que el cambio en nuestro funcionamiento como sociedad es necesario. Sólo parecemos entender el concepto “subida de precios”.
Si esta medida, que ha sido “aparcada” por la inversión millonaria que supone, se pusiera en práctica, podría suponer acabar contando los minutos disponibles para una ducha o la cantidad de electricidad disponible al mes y por persona, y una multa o simplemente la no disponibilidad de medios si se agotara el crédito.
En la Europa del siglo XXI algo así parece hasta surrealista, pero teniendo en cuenta que la economía parece ser la llaga donde poner el dedo, a lo mejor no es una medida tan descabellada. Triste, eso sí, pero no baladí.
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