viernes, 31 de julio de 2009

No es el mismo tipo de pan


“Imagine que tenemos dos máquinas distintas para hacer el mismo tipo de pan: la primera necesita un litro de combustible para hornear 10 barras, mientras que la segunda necesita 100 litros para producir la misma cantidad. ¿Qué le diríamos a la persona que eligiese producir con la segunda máquina? Obviamente, que está despilfarrando recursos y destruyendo riqueza.

Pues bien, exactamente eso es lo que puede decirse sobre las subvenciones a las energías renovables. Con éstas, las electricidad nos cuesta mucho más que con las demás energías: unos 28.500 millones de euros más, por lo que disponemos de menos recursos para utilizarlos en otras áreas”.

Juan Ramón Rallo, coautor del famoso informe que demuestra que las energías renovables son una gran amenaza para nuestra civilización, explica así el meollo de la argumentación del estudio.

Visto así, lo de las renovables parece del género tonto. En fin, si se trata de hacer números, vamos a ello. El Sr. Rallo no tiene en cuenta que la barra de pan renovable no es del mismo tipo que la barra de pan fósil/nuclear.

La barra de pan renovable no necesita pagar su combustible, pues este es servido a domicilio por la maquinaria atmosférica y la radiación solar. La barra de pan fósil/nuclear tiene que acarrear todo su combustible desde lejos, cientos de millones de toneladas que vienen desde todas las partes del mundo, a veces tan lejos como el carbón australiano (18.500 kilómetros).

La barra de pan renovable no tiene (apenas) residuos de los que deshacerse. La barra de pan fósil/nuclear tiene que apechugar con muchos millones de toneladas de CO2, dióxido de azufre, óxidos de nitrógeno, otros compuestos decididamente venenosos y residuos radiactivos de baja, media y alta actividad.

Las energías renovables están empezando a quitarnos de encima millares de muertes prematuras al año por respirar aire contaminado, la amenaza de un calentamiento global potencialmente catastrófico, la violencia organizada por el control de las zonas del planeta ricas en hidrocarburos, la constante tensión en la economía por las fluctuaciones de precios de los combustibles y las sirenas de alerta instaladas en los pueblos próximos a las centrales nucleares. 28.500 millones de euros por todo eso, sinceramente, parece un precio barato.

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