miércoles, 17 de junio de 2009

Garoña no se puede cerrar


Si alguien quiere parar una central eléctrica cualquiera, no tiene más que cerrar la puerta con llave y marcharse (las centrales eólicas o fotovoltaicas ni siquiera tiene puertas, tal vez alguna valla). Las hidráulicas tienen túneles y sumideros que llevan el agua a las turbinas, que conviene cerrar, para que nadie se caiga por ellos. Las centrales térmicas tienen calderas y salas de turbinas que se pueden convertir con poco trabajo en atracciones turísticas.

Las centrales nucleares, por el contario, no se pueden cerrar. No se puede cerrar la puerta y abandonar el edificio. Tiene que haber un grupo de personas que se ocupe de la seguridad de la instalación, y no por unos pocos días o por los meses próximos, sino durante diez o doce mil años.

Muchas centrales hidroeléctricas construidas hace medio siglo o más siguen funcionando tranquilamente, con las mejoras y actualizaciones pertinentes. Nadie se plantea debatir si cerramos o no la impresionante central de Aldeadávila, inaugurada en 1964, una obra maestra de ingeniería excavada en la roca viva del tramo del Duero que entra en Portugal. ¿Por qué habríamos de cerrar un estupendo recurso energético como Aldeadávila?

Garoña es diferente. Garoña lleva menos de cuarenta años funcionando, pero es peligrosa. Sus instalaciones contienen un veneno mortífero conocido como radiactividad. La pregunta con Garoña no es si la cerramos o no, sino si reducimos el riesgo de envenenamiento radiactivo, dejando de quemar combustible nuclear, o no.

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