lunes, 21 de diciembre de 2009

Por qué no debemos luchar contra el cambio climático


"No nos gustaría que la temperatura mundial aumentase más de dos grados de aquí a cuando las ranas críen pelo" . Aunque usted no lo crea, este es el acuerdo firmado en Copenhague. Kioto sigue en vigor por ahora, es decir, el famoso sistema de paños calientes y tisanas climáticas que incluye un mercado de derechos de emisión, los mecanismos de desarrollo limpio, la compensación de emisiones, etc.

La Unión Europea mantiene su virtuoso acuerdo de 20/20/20 (un 20% menos de CO2 en 2020 que en 1990, un 20% renovable de la producción de energía). Ángela Merkel ha clamado por un "nuevo orden mundial climático". Y la mitad de la población de los Estados Unidos, y puede que del resto del mundo rico, piensan que lo del calentamiento global es un invento de los ecologistas para quitarles sus coches y sus calefacciones y devolvernos a la edad de piedra.

Estas son las consecuencias de la política de "lucha contra el cambio climático". El enfoque climático es ahora mismo la alegría de la industria petrolera y carbonera y fósil en general: podemos seguir quemando lo que que queramos, que si hace falta secuestramos el carbono y en paz. O bien prometemos plantar unas cuantas hectáreas de bosque en algún país muy lejano, para compensar las dichosas emisiones. En cualquier caso, el mercado de derechos de emisión, teniendo en cuenta que nadie se atreve a rebajar las cuotas, es lo bastante jugoso como para que se pueda ganar mucho dinero. El sector nuclear también se apunta orgulloso a la lucha contra el cambio climático, que para eso no emite apenas (sic) CO2. La industria energética en general reclama un equilibrado "mix" (mezcla) de producción consistente en un tercio fósil, un tercio nuclear y un tercio, si no hay más remedio, renovable.

Lo peor es que la lucha contra el cambio climático se ha convertido en cuestión de fe. Vaclav Klaus, jefe de Estado de la República checa, es ateo a este respecto, mientras que Al Gore es creyente y sumo sacerdote del movimiento. Con gran habilidad, El Mundo plantea como el debate de hoy la pregunta "¿Cree que la llegada súbita del invierno tiene que ver con el cambio climático?" Justo el mismo día en que el diario Público demuestra mediante una encuesta que los españoles creen poco en los OVNIs o en la posibilidad de comunicarse con los muertos.

Parece que habrá que ir pensando en otra cosa si queremos reducir de verdad la emisión de gases de efecto invernadero. No estaría mal la implantación de nuevo consenso energético mundial, basado en medidas que tiendan a la reducción efectiva del consumo de combustibles fósiles. Un impuesto sobre el carbono, por ejemplo. Dejemos de compensar, mercadear o enterrar CO2: simplemente, planteemos metas claras, apoyadas por mecanismos sociales y económicos igualmente cristalinos, para dejar de quemar carbón y petróleo. La reducción de la emisión de carbono (y de sus venenos asociados), e incluso la reducción del riego climático, vendrán por añadidura.

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