viernes, 13 de noviembre de 2009

Fantasías fósiles y realidades renovables


Un 50% de la electricidad procedente de fuentes renovables ya no es una utopía para un futuro lejano, sino una realidad que se puede alcanzar dentro de dos o tres años. A esta sorprendente conclusión están llegando no pocos analistas del sector. El País anunció el 9 de noviembre de 2009 que los aerogeneradores habían proporcionado ellos solos un poco más de la mitad de la electricidad que necesitaba el país durante más de cinco horas seguidas del día anterior. Otra noticia sensacional quedaba oscurecida por el relumbrón eólico: Red Eléctrica evaluaba en el mismo artículo la aportación total de la energía solar a la producción eléctrica en un 2,5 % a lo largo de todo el año 2009. Conviene recordar que hace pocos años esta contribución era inferior al 0,001 %, y que están en proyecto, construcción o licitación gran número de plantas solares, tanto fotovoltaicas como termosolares.

No sería de extrañar que el año que viene la contribución solar alcance el 6 % y el siguiente el 12 %. Eso ya son palabras mayores. Si se consigue que la contribución eólica supere el 20 % dentro de dos años, cosa muy factible –este año ya está en un 13%– y la hidroelectricidad se mantiene en su tradicional 10%, y le sumamos un 5 o 6 % de las centrales de biomasa, ya lo tenemos: un sistema eléctrico del que cualquiera podría sentirse orgulloso, casi a prueba de fallos debido a que la mitad de su producción vendrá de la gran central renovable, la única que nunca corre el riesgo de quedarse sin combustible. No es nada nuevo: ese era el porcentaje renovable de la producción eléctrica en España en 1970, bien es verdad que con un consumo bastante más reducido y basado exclusivamente en la energía hidráulica.

No es extraño que los tres grandes de la producción eléctrica convencional, antaño absolutamente dominantes, se sientan cada vez más amenazados. La feroz campaña antirenovable del sector nuclear ya lleva algún tiempo hablándonos de la maldad intrínseca de la energía eólica y solar, y hace poco Gas Natural se unió a las filas anti-renovables con unas declaraciones de su consejero delegado. Y luego está el carbón nacional, patriótico combustible repleto de CO2 y otras sustancias indeseables cuyo consumo el gobierno ha considerado oportuno primar, saltándose a la torera el protocolo de Kioto y el sentido común.

A pesar de la opinión sindical en contra, no es probable que quemar carbón nacional mantenga la actividad y el empleo mejor de lo que puedan hacerlo las energías renovables. El sector fósil se ha atrincherado en la fantasía de capturar y enterrar carbono, pero lo cierto es que a este ritmo podremos ver su declive en la producción de energía eléctrica en menos tiempo del que habríamos creído posible hace solo unos pocos años. Únicamente el petróleo aguanta el tipo, gracias a los muchos millones de vehículos provistos de anticuados motores de explosión que contaminan calles y carreteras. Pero incluso en este caso, no es probable que pueda frenar mucho tiempo más la popularización del vehículo alimentado con electricidad... renovable, por supuesto.

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