martes, 28 de septiembre de 2010

Un mundo que se acaba


La economía basada en quemar hidrocarburos está tocada de muerte. Ya puede Luis Inázio Lula da Silva mostrar su mano empapada en petróleo a la cámara, para anunciar una gigantesca inversión en la empresa nacional Petrobras. O los gobiernos de Noruega y Rusia firmar el Comvenio de explotación de recursos del mar de Barents, rico en petróleo. Incluso la decisión de un gran fabricante japonés de abandonar el desarrollo del coche eléctrico y centrarse en los motores diésel eficientes no quiere decir nada.

El IDAE nos da los argumentos necesarios para asegurar el fin de la economía de la combustión. No hay más que teclear www.idae.es en la barra y pinchar Eficiencia y Renovables: la Coyuntura en el menú izquierdo. Luego elegir Evolución Consumo e Intensidad. Edición 6/10. Agosto 2010. Datos cerrados a 30 de junio de 2010 y abrir el documento. La primera cifra escandalosa es la contribución de las renovables a la cesta de energía primaria: 12,3% después de muchos años en que no subía de un 6%. La siguiente cifra es que el 45,1% de la electricidad se ha generado mediante fuentes renovables. Estos datos se refieren a la primera mitad de 2010. A este ritmo, la cobertura 100% renovable de la electricidad se alcanzaría hacia el año 2015.

Esta visión de pesadilla es conjurada ritualmente con los dos argumentos clásicos: que las renovables son muy caras y que su producción, al depender del caprichoso clima, es irregular e impredecible. Argumentos ambos rebatidos contundentemente desde Canarias, donde la electricidad eólica ya es más barata que la convencional, y donde un proyecto en El Hierro muestra cómo es posible almacenar la energía renovable generada por el viento para consumirla cuando haga falta.

Tan mal están las cosas que Rafael Villaseca, consejero delegado de Gas Natural Fenosa, sugiere en un artículo reciente “valorar si es conveniente superar el objetivo del 20% de penetración de las energías renovables marcado por la UE”. Es un grito desesperado de la vieja economía de la combustión, que indica el próximo final de su reinado.

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